La tostada quemada

  

 

Una mañana, al ir a desayunar, mi mamá puso un plato de tostadas demasiado quemadas en el centro de la mesa. Mientras esperaba que alguien lo notara y dijese algo, mi papá tomó una tostada, sonrió a mi madre y me preguntó por cómo me iba en la escuela.

 

No sé lo que le contesté, pero si recuerdo verle untando mantequilla y mermelada a la tostada y comérsela toda. Al levantarme de la mesa, escuché a mi madre pedir disculpas a mi padre por esas tostadas tan quemadas. Nunca voy a olvidar lo que le contestó: «Cariño, no te preocupes. De vez en cuando me gusta una tostada bien quemada para desayunar».

 

Más tarde, al ir a despedirme de mi padre para ir a la escuela, le pregunté si era cierto que le gustaban las tostadas bien quemadas. Él me abrazó y me dijo lo siguiente: «Hijo, tu mamá va a tener un día muy duro hoy en el trabajo. Está cansada y te aseguro que un poco de pan quemado no le hace daño a nadie. La vida está llena de cosas imperfectas y gente imperfecta. Aprender a aceptar los defectos e incluso decidir celebrar las diferencias de los demás es una de las cosas más importantes para crear una relación sana y duradera. Una tostada quemada no debe romper un corazón».

 

 

La compresión y la tolerancia es la base de cualquier buena relación. Debemos ser más amables de lo aparentemente necesario, porque todas las personas están, en este momento, librando algún tipo de batalla. Todos tenemos problemas y todos estamos aprendiendo a vivir. Y el camino a la felicidad no es recto. Existen curvas llamadas equivocaciones, pero también existen los amigos, la familia, la paciencia y, sobre todo, la decisión de amar a los otros, con sus diferencias y con sus defectos.

 

Pregunta para el diálogo :
¿Cuál ha sido mi última equivocación en mi convivencia contigo? ¿Cuál ha sido tu reacción? ¿Cómo me siento ante esto?

 

3 respuestas a La tostada quemada

  • Gran reflexión. Gracias, Cecilia

  • Cecilia dice:

    Lo cierto es que los tonos secos, los silencios cargados de «no digo nada, pero no por falta de ganas», las miradas llenas de «desde luego, hay que ver…», los reproches en vez de la paciencia… Todo eso se da todos los días (también lo bueno, claro), y para mí el intríngulis está en de dónde sacar la fuerza para reducir esas malas reacciones a favor de las que alimentan el amor: ¿de qué fuente beber? ¿qué meditaciones o ejercicios hacer?; si cada vez que reacciono mal pido perdón, me paso todo el día pidiendo perdón y al final es algo mezcla de cargante, ridículo y forzado.
    Creo que además de pedir perdón hay que hacer algo; si estoy una semana cuidando a marido e hija enferma y otro peque, y no hago nada por buscar ayuda o cuidarme yo de alguna forma, es normal que acabe como estoy, con ganas de gritar, llorar y pegar todo el rato, y con los pensamientos más negros imaginables, echando culpas a todos y por todo. Insisto: imposible «cuidar» (no sólo a los enfermos, sino la relación de pareja en el día a día) sin cuidarnos a nosotros mismos; a no ser que esperemos que Dios haga este milagro sin que nosotros hagamos nada por nuestra parte.

  • arantza dice:

    Que maravilla!!! las lágrimas salen solas y me hacen pensar que más de una vez soy intolerante con una simple tostada quemada que……… NO HACE DAÑO A NADIE!!!!
    Gracias……